Respuestas desde el corazón:
Reflexión del día
“'Los hombres han olvidado esta verdad’, dijo el zorro.
‘Pero tú no debes olvidarla. Tú eres responsable, para siempre, de lo que has
domesticado. Tú eres responsable por tu rosa…’”.
Antoine de
Saint-Exupery
La persona en recuperación, una vez que ha hablado
sobre la responsabilidad y ha dicho esto, para ella, el reto es 'responder
hábilmente', saber cómo responder a lo que la vida le pide.
'Responsabilidad' puede ser una palabra
atemorizante; tal vez la hemos entendido como un sinónimo de fracaso. ¿Cuántas
veces fue la irresponsabilidad la norma cuando le estábamos entregando nuestra
energía a la adicción sexual o la? Comportándonos como una puerta giratoria en
las relaciones interpersonales, nos 'olvidamos' del control de natalidad. La
infidelidad y el frecuentar lugares peligrosos, fueron todos signos de
irresponsabilidad. La vida, como adictos, fue como una máquina trotadora de la
cual no podíamos bajarnos.
Cuando asumimos la responsabilidad por nuestros
pensamientos, sentimientos, decisiones y acciones, verdaderamente maduramos.
Podemos afrontar el reto de ser responsables, sin hacernos expectativas de
perfección. Podemos examinar nuestras opciones antes de tomar una decisión, y
aprender a disfrutar nuestra vida. Es ahí donde experimentamos el autocontrol y
la sanidad, ambos, regalos de la recuperación.
“Hoy voy a decidir ser responsable, respondiendo a mis
necesidades”.
El síndrome
de abstinencia – 3 Parte
Capitulo 5 del libro de ASAA
A los que conocen el concepto de adicción, este enfoque gradual a la
rendición les podría parecer un espejismo. Ninguna mujer está “medio
embrazada” y “un trago provoca una borrachera” como es de todos conocido en
A.A.. Además, la experiencia adictiva transforma en tal grado el estado mental
de la mayoría de nosotros que, una vez sumidos en ella, perdemos la noción de
que en algún momento quisimos salirnos.
Hay una gran verdad en ello. Normalmente, sin embargo, en la época en la
que estábamos considerando la posibilidad del síndrome de abstinencia, la
adicción ya no nos proporcionaba muy fielmente el olvido o el placer que
buscábamos con tanta pasión. Teníamos que invertir cada vez más energía en
nuestras actividades sexuales y emocionales para mantener, a duras penas, las
satisfacciones que nos proporcionaban, dando por descontado que no
conseguiríamos “llegar al séptimo cielo”. Era como si cada vez que nos
embarcábamos en un nuevo episodio sexual y romántico, una voz interior nos
dijera: “Vaya al sitio que vaya con esta nueva cara, con este nuevo cuerpo, con
esta nueva mente, ¡ya he estado allí miles de veces anteriormente!”.
La novedad de cada nuevo episodio romántico o reconciliación ya no podía
ocultar esta realidad: cada nueva situación era otro episodio desesperado,
que proporcionaba tanta posibilidad de satisfacción como el intercambio de
sellos. En la medida que se abría el camino este sentimiento de hastío, el
estado de trance nos resultaba cada vez más difícil de conseguir y de mantener.
A medida que nos acercábamos al periodo de abstinencia, comenzamos a ver con
claridad lo absurdo que era continuar. Aunque muchos de nosotros tratamos de
experimentar para ver con cuanto podíamos todavía, nos vimos obligados a
abstenernos, del mismo modo que un automóvil que va directo al borde de un
acantilado tiene que pararse.
Además, otros intentamos usar restricciones externas para comenzar la
abstinencia. Ya que la energía necesaria para gobernar la adicción era superior
a la energía de la que disponíamos, mientras revelábamos a esposas y
amantes exactamente lo que nos ocurría, la presa cedió y la verdad se desbordó.
El acto de vomitar las verdades inaceptables era un acto reflejo. Alguna fuerza
existente en nuestro interior se estaba jugando todo a una carta y nos forzaba
a expulsar el veneno al exterior de nuestro organismo. Al “soltar” lo que
nos atormentaba, es posible que todavía no supiéramos bien en qué consistían el
síndrome de abstinencia o la adicción. Pero al ser testigos del impacto que
estas revelaciones enteramente pospuestas producían en la gente que para
nosotros era importante, sufrimos por primera vez las consecuencias de nuestras
acciones, tanto presentes como pasadas. Ni tampoco cuando nuestras entrañas
se habían abierto a la mitad, nos atrevimos a coserlas de nuevo o a dejar que
se curaran superficialmente. No sólo estábamos demasiado agotados
emocionalmente, teníamos además un miedo terrible al daño que nos pudiera
causar la infección que permanecía en la herida.
Por tanto, por no tener otra opción, así como a base de valor, mantuvimos
un grado de comunicación y transparencia que era casi total. Es probable
que todavía no estuviéramos propiamente sobrios, ni era necesario que fuéramos
conscientes de que estábamos en manos de la adicción. Esto significaba que las
experiencias y episodios adictivos probablemente continuaban ocurriendo. A
pesar de ello, cuando una de estas experiencias adictivas ocurrían o parecía
que iban a ocurrir, presentíamos que revelar a todas las partes implicadas lo
que acontecía, constituía una salvaguardia contra una pérdida mayor de control.
Por ejemplo, podíamos poner conferencias telefónicas para decirle a un cónyuge
o pareja que estábamos a punto de ceder ante una situación tentadora. La
consternación o la decepción que se apoderó de ellos, era una consecuencia de
nuestra conducta, y al ser sinceros y enfrentarnos a sus consecuencias,
imposibilitábamos que la adicción nos arrastrara hacia la tentación aún más.
Al revelar la verdad sobre nuestras actividades a aquellos a los que
habíamos engañado sistemáticamente, no pretendíamos castigarlos. Contábamos con
ellos y con sus reacciones a las revelaciones de nuestras bajezas para
asegurarnos de que nos íbamos a dar cuenta inmediatamente de las consecuencias
de nuestras acciones. Optábamos por renunciar a nuestras inclinaciones de
ocultar, compartamentalizar o de seguir con nuestras intrigas y aventuras. A
menudo era el efecto acumulativo de estas consecuencias en nuestras relaciones
con esas personas que tanto nos importaban, el que hizo que finalmente nos
diéramos cuenta de la falta de control que existía en nuestro comportamiento y
de la necesidad de calificarlo de adictivo. Este compromiso con nosotros
mismos a mantener un nivel de sinceridad riguroso con los demás, en si mismo,
parecía suficiente para iniciar el proceso interno de sinceridad con nosotros
mismos. Que finalmente provocó la rendición incondicional y el síndrome de
abstinencia.
Taller:
1. ¿Qué entiendes
por responsabilidad? ¿el concepto de responsabilidad
que tenías sigue siendo el mismo?
2. ¿Cómo respondes a tus necesidades?
3. ¿A que se refiere al decir “no tuvimos otra opción”? ¿En
que momento de tu adicción te diste cuenta que necesitabas ayuda?
4. ¿Una vez en el grupo, como ha sido tu proceso de rendición
final? ¿estas experimentando el síndrome de abstinencia?
5. ¿Cómo va tus progresos emociones, físicos y espirituales?
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