martes, 19 de junio de 2012

Reflexion, tema y taller de la junta por skype del 19-06 al las 8pm tiempo de Mexico


Respuestas desde el corazón:

Reflexión del día

“'Los hombres han olvidado esta verdad’, dijo el zorro. ‘Pero tú no debes olvidarla. Tú eres responsable, para siempre, de lo que has domesticado. Tú eres responsable por tu rosa…’”.

 Antoine de Saint-Exupery



La persona en recuperación, una vez que ha hablado sobre la responsabilidad y ha dicho esto, para ella, el reto es 'responder hábilmente', saber cómo responder a lo que la vida le pide.

'Responsabilidad' puede ser una palabra atemorizante; tal vez la hemos entendido como un sinónimo de fracaso. ¿Cuántas veces fue la irresponsabilidad la norma cuando le estábamos entregando nuestra energía a la adicción sexual o la? Comportándonos como una puerta giratoria en las relaciones interpersonales, nos 'olvidamos' del control de natalidad. La infidelidad y el frecuentar lugares peligrosos, fueron todos signos de irresponsabilidad. La vida, como adictos, fue como una máquina trotadora de la cual no podíamos bajarnos.

Cuando asumimos la responsabilidad por nuestros pensamientos, sentimientos, decisiones y acciones, verdaderamente maduramos. Podemos afrontar el reto de ser responsables, sin hacernos expectativas de perfección. Podemos examinar nuestras opciones antes de tomar una decisión, y aprender a disfrutar nuestra vida. Es ahí donde experimentamos el autocontrol y la sanidad, ambos, regalos de la recuperación.

“Hoy voy a decidir ser responsable, respondiendo a mis necesidades”.

El síndrome de abstinencia – 3 Parte

Capitulo 5 del libro de ASAA


A los que conocen el concepto de adicción, este enfoque gradual a la rendición les podría parecer un espejismo. Ninguna mujer está “medio embrazada” y “un trago provoca una borrachera” como es de todos conocido en A.A.. Además, la experiencia adictiva transforma en tal grado el estado mental de la mayoría de nosotros que, una vez sumidos en ella, perdemos la noción de que en algún momento quisimos salirnos.

Hay una gran verdad en ello. Normalmente, sin embargo, en la época en la que estábamos considerando la posibilidad del síndrome de abstinencia, la adicción ya no nos proporcionaba muy fielmente el olvido o el placer que buscábamos con tanta pasión. Teníamos que invertir cada vez más energía en nuestras actividades sexuales y emocionales para mantener, a duras penas, las satisfacciones que nos proporcionaban, dando por descontado que no conseguiríamos “llegar al séptimo cielo”. Era como si cada vez que nos embarcábamos en un nuevo episodio sexual y romántico, una voz interior nos dijera: “Vaya al sitio que vaya con esta nueva cara, con este nuevo cuerpo, con esta nueva mente, ¡ya he estado allí miles de veces anteriormente!”.

La novedad de cada nuevo episodio romántico o reconciliación ya no podía ocultar esta realidad: cada nueva situación era otro episodio desesperado, que proporcionaba tanta posibilidad de satisfacción como el intercambio de sellos. En la medida que se abría el camino este sentimiento de hastío, el estado de trance nos resultaba cada vez más difícil de conseguir y de mantener. A medida que nos acercábamos al periodo de abstinencia, comenzamos a ver con claridad lo absurdo que era continuar. Aunque muchos de nosotros tratamos de experimentar para ver con cuanto podíamos todavía, nos vimos obligados a abstenernos, del mismo modo que un automóvil que va directo al borde de un acantilado tiene que pararse.

Además, otros intentamos usar restricciones externas para comenzar la abstinencia. Ya que la energía necesaria para gobernar la adicción era superior a la energía de la que disponíamos, mientras revelábamos a esposas y amantes exactamente lo que nos ocurría, la presa cedió y la verdad se desbordó. El acto de vomitar las verdades inaceptables era un acto reflejo. Alguna fuerza existente en nuestro interior se estaba jugando todo a una carta y nos forzaba a expulsar el veneno al exterior de nuestro organismo. Al “soltar” lo que nos atormentaba, es posible que todavía no supiéramos bien en qué consistían el síndrome de abstinencia o la adicción. Pero al ser testigos del impacto que estas revelaciones enteramente pospuestas producían en la gente que para nosotros era importante, sufrimos por primera vez las consecuencias de nuestras acciones, tanto presentes como pasadas. Ni tampoco cuando nuestras entrañas se habían abierto a la mitad, nos atrevimos a coserlas de nuevo o a dejar que se curaran superficialmente. No sólo estábamos demasiado agotados emocionalmente, teníamos además un miedo terrible al daño que nos pudiera causar la infección que permanecía en la herida.

Por tanto, por no tener otra opción, así como a base de valor, mantuvimos un grado de comunicación y transparencia que era casi total. Es probable que todavía no estuviéramos propiamente sobrios, ni era necesario que fuéramos conscientes de que estábamos en manos de la adicción. Esto significaba que las experiencias y episodios adictivos probablemente continuaban ocurriendo. A pesar de ello, cuando una de estas experiencias adictivas ocurrían o parecía que iban a ocurrir, presentíamos que revelar a todas las partes implicadas lo que acontecía, constituía una salvaguardia contra una pérdida mayor de control. Por ejemplo, podíamos poner conferencias telefónicas para decirle a un cónyuge o pareja que estábamos a punto de ceder ante una situación tentadora. La consternación o la decepción que se apoderó de ellos, era una consecuencia de nuestra conducta, y al ser sinceros y enfrentarnos a sus consecuencias, imposibilitábamos que la adicción nos arrastrara hacia la tentación aún más.

Al revelar la verdad sobre nuestras actividades a aquellos a los que habíamos engañado sistemáticamente, no pretendíamos castigarlos. Contábamos con ellos y con sus reacciones a las revelaciones de nuestras bajezas para asegurarnos de que nos íbamos a dar cuenta inmediatamente de las consecuencias de nuestras acciones. Optábamos por renunciar a nuestras inclinaciones de ocultar, compartamentalizar o de seguir con nuestras intrigas y aventuras. A menudo era el efecto acumulativo de estas consecuencias en nuestras relaciones con esas personas que tanto nos importaban, el que hizo que finalmente nos diéramos cuenta de la falta de control que existía en nuestro comportamiento y de la necesidad de calificarlo de adictivo. Este compromiso con nosotros mismos a mantener un nivel de sinceridad riguroso con los demás, en si mismo, parecía suficiente para iniciar el proceso interno de sinceridad con nosotros mismos. Que finalmente provocó la rendición incondicional y el síndrome de abstinencia.

Taller:

1.   ¿Qué entiendes por responsabilidad? ¿el concepto de responsabilidad que tenías sigue siendo el mismo?

2.   ¿Cómo respondes a tus necesidades?

3.   ¿A que se refiere al decir “no tuvimos otra opción”? ¿En que momento de tu adicción te diste cuenta que necesitabas ayuda?

4.   ¿Una vez en el grupo, como ha sido tu proceso de rendición final? ¿estas experimentando el síndrome de abstinencia?

5.   ¿Cómo va tus progresos emociones, físicos y espirituales?


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